Darién
Selva
Migración
Migrantes
Menores no acompañados
Bajo Chiquito
Lajas Blancas
Panamá
Colombia
José Raúl Mulino
En diez años, el Darién pasó de ser una ruta extrema y poco común para llegar a Estados Unidos, a ser un territorio inhóspito y violento poblado de bebés, adolescentes, mujeres embarazadas y familias enteras. Esta selva que separa Colombia de Panamá es el corredor migratorio más transitado entre América del Sur y Centroamérica. Hace una década, lo cruzaban unas 2.400 personas por año; el año pasado, en un momento, el gobierno panameño llegó a alertar que estaban recibiendo entre 2.500 y 3000 migrantes por día. Eliezer Budasoff viajó a un campamento donde miles de migrantes reciben ayuda humanitaria al salir de la selva. Ahí conoció a trabajadoras y voluntarias que, con menos de 30 años, responden a situaciones extremas, y a adolescentes que hacían el trayecto solos. Sus historias muestran la distancia que hay entre los discursos cada vez más radicales contra los migrantes, y la realidad que alimenta esa marcha humana imparable de sur a norte.
Créditos:
-
Producción y reportería
Eliezer Budasoff -
Edición
Silvia Viñas -
Verificación de datos
Bruno Scelza -
Diseño de sonido y mezcla
Elías González -
Música
Elías González -
Producción en redes sociales
Analía Llorente y Samantha Proaño -
Tema musical
Pauchi Sasaki -
Fotografía
Getty Images / Luis Acosta
Etiquetas:
Transcripciones:
Transcripción:
Elías González: Este episodio tiene escenas fuertes y puede no ser apto para todos los oyentes.
Audio: Ambiente del campamento y voces de unos chicos de fondo.
Eliezer: Un mediodía de finales de mayo, un grupo de adolescentes que acababan de conocerse conversaban sobre lo que habían hecho esos días, antes de llegar a Panamá…
Adolescentes hablando: Y de repente hubo una pelea y uno le dice vámonos para allá, allá nos agarramos. ¿Agarrarnos en qué mano? El loco tenía un machete, una vaina así. Con razón que quería agarrarse porque le iba a entrar a machetazos…
Adolescente: Ah, pues…
Eliezer: Parecían unos chicos jactándose de sus aventuras de fin de semana en una esquina cualquiera de América Latina, hasta que te parabas a escuchar lo que decían…
Adolescentes hablando: Yo vi más de 15 muertos. Yo solamente me vi al señor que estaba en la parte de arriba y a la señora con la hija y el papá en la carpa, en la grieta. Ahí había cinco… Y me dije… A mí me contaron que había un haitiano que estaba amarrado como que si el mismo haitiano se ahorcó solo y se lanzó al agua. Yo solo vi el único muerto que tenía, pero estaba gordito, hinchado, pero la cabeza estaba comida…
Silvia: Estaban hablando sobre los cuerpos que habían visto cuando cruzaban la selva del Darién, la que separa Colombia de Panamá, el corredor migratorio más transitado entre América del Sur y Centroamérica. Eliezer los conoció cuando viajó a Metetí, la última ciudad de la Carretera Interamericana del lado panameño, antes de que la ruta se corte por la selva.
Eliezer: Los chicos estaban sentados delante de unas casitas de madera donde dormían esos días, en un campamento humanitario asistido por la Cruz Roja en las afueras de Metetí: la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas. Todos eran venezolanos, pero venían de otros países, adonde habían migrado primero: Colombia, Perú, Ecuador.
Silvia: Los menores del grupo tenían 16 años. Uno de ellos, Joel, le contó a Eliezer que se había ido de Venezuela a Perú a los 14, solo, sin su familia. Consiguió sobrevivir en Lima dos años, hasta que tomó la decisión de migrar a Estados Unidos con un amigo. Entonces se fueron a Colombia “muleando”…
Joel: “Muleando es venirse a pie y caminando pues y eso…
Eliezer: Ya…
Joel: De Perú a aquí a Colombia duramos, duramos un mes y pico casi, un mes y pico llegué a Colombia…
Silvia: En lenguaje migratorio, Joel es un menor no acompañado: una persona que no tiene 18 años y que viaja sin un adulto responsable. Cuando salió de la selva del Darién, Joel llevaba dos niños que no eran suyos. Por un momento, fue un menor no acompañado que viajaba con dos menores no acompañados: uno de siete meses y otro de cinco años. Eran los hijos de una pareja que había conocido en Colombia, con la que se juntó para cruzar el Darién.
Joel: A ellos yo los conocí allá en Turbo. Sí me hice muy amigo de ellos, amigos, los quería, a los hijos de ellos los quería como si fueran mis hermanos, sabe, porque no cargaba familia, nada. Yo me sentía solo, nada… Yo, bueno, yo los ayudé a ellos mucho. Yo lo… Y yo lo pasé solo prácticamente con… sino que ellos se quedaban atrás, él ayudando a la mujer y eso, pero yo el carajito de siete meses y el de cinco lo pasé yo toda la selva, prácticamente toda la selva.
Eliezer: Al lado de Joel estaba sentado Carlos, otro chico de 16 años. Parecía angustiado. Se había separado de sus padres y sus hermanas hacía más de un mes. Venían todos juntos desde Ecuador para pasar el Darién y se quedaron varados del lado colombiano, esperando a que les mandaran dinero para cruzar la selva. Él convenció a su mamá de que lo dejara adelantarse y el resto de su familia tardó bastante en salir. La semana anterior, sus padres por fin habían conseguido entrar al Darién, pero tuvieron otro problema. Su mamá se rompió un tobillo.
Carlos Luis: Y no podía caminar.
Eliezer: Ya.
Carlos Luis: Mi mamá y que se quedó ahí un día entero con mi papá y mis dos hermanas, que no podía caminar. Tenía la rodilla inflamada, el pie inflamado…
Silvia: Decidieron avanzar igual como pudieran. Ya estaban ahí con sus dos niñas, y Carlos los estaba esperando.
Carlos Luis: Pero ellos dijeron que el último día que fue ayer, que estuvieron en la selva, ya no tenían más comida. Y entonces la desesperación los agarró y se pusieron a llorar y todas esas cosas. Pero ellos igualito siguieron.
Silvia: Después de seis días sin saber nada de ellos, Carlos al fin había recibido noticias: sus padres estaban desde ayer en Bajo Chiquito, uno de los primeros puntos de salida de la selva, una comunidad donde los migrantes se tienen que quedar hasta el otro día antes de seguir. Su familia tenía que haber llegado esa mañana en una piragua, las embarcaciones largas y estrechas que llevan a la gente desde esa comunidad hasta Lajas Blancas, pero no habían llegado. Ni ellos ni nadie. El rumor era que una piragua se había dado vuelta porque el río estaba crecido, y que casi 20 personas se habían ahogado, y no dejaron salir a los demás.
Eliezer: Por eso Carlos estaba angustiado: el alivio de saber que sus padres y sus hermanas habían salido de la selva le duró muy poco. Ahora tenía miedo de que se hubieran ahogado en Bajo Chiquito, muy cerca de donde estaba él… Los otros chicos le decían que no fuera tonto, que seguro estaban bien. Todos acumulaban tal cantidad de tragedia y de precariedad en sus vidas que no tenían margen para sufrir por lo que todavía no había ocurrido. Estaban enfocados en sobrevivir el presente. El mayor del grupo, Jesús David, me contó que se había pasado dos días sin comer cruzando la selva.
Jesús David: La pasé con pura panela y caramelo, comiendo pedazos de panela…
Silvia: Jesús David había llegado hasta el Darién con su hermana, pero cuenta que ella lo dejó solo del lado colombiano, con 25 dólares en el bolsillo, y se fue por su cuenta. Con cinco dólares se las arregló para comer durante seis días. Los otros 20 se los dio a un traficante de personas que lo dejó cruzar por lástima, porque el trayecto cuesta mucho más. Jesús David siguió adelante sin comida, sin plata y sin su hermana…
Jesús David: Pero llegó un momento que, que sí le digo que, nada, que me dio por tirarme así. Pero yo dije en ese momento… pensé en mi abuela, en mi mamá, en mi sobrino… Me puse a llorar y todo y dije no, mi mamá está allá en Venezuela y yo le dije que yo cuando yo llegara allá, que yo la iba a ayudar.
Eliezer: Todos ellos anhelaban distintas versiones de lo mismo: más que el sueño americano, lo que buscaban era tener algo parecido a una familia. Ser parte de una familia, encontrar a su familia, ayudar a la familia, recuperar la familia. Jesús David quería hablar con su mamá, pero en la selva le habían robado lo único que le quedaba: sus papeles. Su cédula de identidad, su partida de nacimiento… y una nota con el número de su madre.
Jesús David: Y el propósito mío es llegar a Estados Unidos pa ponerme a trabajar y comprarme un teléfono y llamar a mi mamá.
Eliezer: Cuando Jesús David dijo eso, en aquel campamento repleto de gente inquieta y agobiada, donde los equipos de la Cruz Roja intentaban resolver las urgencias más elementales de unas mil personas por día, se hizo una burbuja de silencio alrededor. Durante algunos segundos, nadie dijo nada.
Jesús David: Cuánto quisiera yo escucharla una vez hablar a mi mamá…
Silvia: La historia de Jesús David, la de Carlos, la de todos ellos, cuenta de distintas maneras lo que pasa hoy en el Darién, que se ha vuelto un espejo brutal de las crisis del continente. Pero, sobre todo, muestra la distancia que hay entre los discursos cada vez más radicales contra los migrantes, y la realidad que alimenta esa marcha humana imparable de sur a norte: para la mayoría, esa apuesta es todo lo que tienen. Es lo único que les queda.
Silvia: Bienvenidos a El hilo, un podcast de Radio Ambulante Studios. Soy Silvia Viñas.
Eliezer: Y yo soy Eliezer Budasoff.
Hace una década, el número de personas que cruzaban la selva del Darién era de unas 2,400 por año, según el promedio que registraban las autoridades de Panamá. En un momento del año pasado, el gobierno panameño llegó a alertar que estaban recibiendo entre 2,500 y 3,000 migrantes cada día. Después, Naciones Unidas sumó un dato: uno de cada cinco era un niño.
Silvia: En diez años, el Darién pasó de ser un territorio intransitable y violento, una ruta extrema y poco común para llegar a Estados Unidos, a ser un territorio intransitable y violento poblado de bebés, adolescentes, mujeres embarazadas y familias enteras que forman parte de una especie de éxodo bíblico, masivo, a través de la selva. Ya no se trata de una crisis puntual; es una situación crítica constante con picos de sobrepoblación.
Eliezer: La marea de personas que cruza el Darién encarna diferentes crisis superpuestas, pero hay una que todos comparten en un punto del camino: no importa cómo ni en qué condiciones han llegado a esa selva, cuando salen, la mayoría necesita algún tipo de asistencia humanitaria.
Hoy: mientras políticos del continente explotan el problema migratorio para ganar popularidad, tres chicos buscan una familia en la selva y trabajadoras humanitarias tratan de asistir a miles de personas en condiciones extremas.
Es 1 de noviembre de 2024.
Silvia: Una pausa y volvemos.
Silvia: Estamos de vuelta en El hilo.
Eliezer: ¿Y la capacidad para cuánta gente más o menos…?
Keitlyn: Realmente sí ha existido una capacidad, pero por la cantidad de personas, pues no es para esa capacidad. O sea, no se está trabajando con esa capacidad, sino con todos los que lleguen. El año pasado mis compañeros dijeron que hubo una vez que llegaron 3000 personas, otro llegó…
Eliezer: Es un martes de finales de mayo, y estamos entrando en la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas: un espacio donde el gobierno de Panamá recibe y regula el flujo de migrantes en la provincia de Darién, y donde tienen presencia distintas organizaciones humanitarias. La voz que escuchaban recién es la de Keitlyn Miranda, una trabajadora social que forma parte del equipo de la Cruz Roja panameña.
Susana: La gente que permanece aquí es la que o por razones de salud o por falta de recursos no puede irse…
Keitlyn: Es correcto, mayormente por recursos económicos…
Eliezer: La otra voz es de Susana Arroyo, jefa de comunicación de la Cruz Roja en las Américas.
A primera vista, la estación parece una aldea en construcción: un campo abierto con zonas de carpas, contenedores donde atienden servicios médicos u organizaciones, una zona con casitas de madera para dormir, tanques de agua para hidratación, dos calles de tierra… A medida que avanzamos, Susana y Keitlyn tratan de explicarme la dinámica de este centro, que ha ido mutando para adaptarse a los cambios en la crisis migratoria. Por eso es difícil saber, por ejemplo, cuántas personas van a tener mañana. Porque una cosa es la cantidad de gente que llega, y otra la cantidad de gente que se queda.
Susana: El aforo tenía mucho más peso en la gestión del albergue cuando la gente pasaba aquí varios días o cuando hacía aquí la cuarentena en pandemia, ¿no? Entonces, sí, tenías que tener en cuenta que ibas a tener a un número X de personas por 15 días. Luego, el número de horas que la gente pasa en Lajas Blancas o en las estaciones ha ido reduciéndose con el tiempo, al punto que la intención es que tengan que pasar aquí la menor cantidad de horas posible. O sea, que lleguen, reciban atención y cuanto antes se suban a los buses…
Eliezer: El que quiere y puede seguir que siga…
Susana: Mejor…
Eliezer: Que siga…Ya.
Silvia: Lajas Blancas es un campamento humanitario, pero también una frontera invisible, un punto de control para el flujo de migrantes que pasa por el país de forma irregular. Cuando salen de la parte más densa de la selva, como contábamos antes, el primer acceso que tienen al territorio panameño es a través de las comunidades indígenas a las que llegan, principalmente Bajo Chiquito.
Eliezer: Ahí son registrados por las autoridades migratorias, se les hace un cateo, y están obligados a quedarse una noche. Al otro día, para seguir, tienen que tomar una piragua que cuesta unos 30 dólares por persona, y se demora entre tres y cinco horas en llegar a Lajas Blancas, según cómo esté el río.
Silvia: Una vez que llegan a la estación son revisados y registrados de nuevo, y ya no pueden salir del perímetro del campamento, salvo excepciones. Desde ahí solo pueden seguir camino en uno de los buses autorizados que los llevan directo hasta Costa Rica, y que salen 60 dólares por pasajero.
Eliezer: A esta altura, muchos ya no tienen nada o fueron asaltados en la selva. Pero han llegado a un sitio donde saben que no van a morir por falta de comida o de dinero o de atención médica… Y donde pueden acudir a gente que no está buscando aprovecharse de su desesperación, sino tratando de aliviarla. Es una tregua mínima. Un respiro para atender lo más urgente. Así conocí a Dylan y a Molly.
Dylan: Una preguntica: ¿Ustedes de casualidad no tienen alguito como para echarle debajo? Aquí, en esta partecita de los dedos…
Eliezer: Dylan, un chico colombiano de 17 años que había llegado el día anterior, estaba esperando afuera del contenedor donde atiende el equipo de salud de la Cruz Roja, con una perrita negra en sus brazos. Molly, así se llamaba, y Dylan la cuidaba desde hacía un año y medio, desde que era cachorra. Quería algo para ponerle en las patas porque se había lastimado cruzando la selva.
Dylan: Es que, como la arenita de la… del río cuando ella los pasaba. Por eso fue que me tocó traerla a la mayoría del Darién. Me tocó traerla alzada por lo que, es que se le empezaron a pelar por aquí adentro…
Eliezer: Después, Dylan tenía que resolver otro problema: para llevar a Molly a Costa Rica, donde vive su mamá, le pedían que pagara un pasaje entero por ella, y él solo tenía plata para uno. Pero en ese momento el asunto eran las patas de Molly, lo mismo que casi todos los que llegaban al área de salud. Más del 90 por ciento de los pacientes adultos que atienden en Lajas Blancas, me explica después una doctora, tienen lesiones en los pies.
Silvia: El cruce del Darién, y sobre todo la ruta que hacen los migrantes más pobres, los expone a una suerte de ruleta terrible, donde todas las opciones son malas. Les pueden tocar picaduras de víboras o de insectos, ataques de animales salvajes, intoxicación por el agua contaminada, asaltos, violaciones… Pero incluso si tienen la suerte de esquivar todo eso, nadie escapa a la amenaza elemental del Darién, que es su propia geografía: un pantano tropical montañoso donde tienen que cruzar varias veces el río, subir laderas empinadas llenas de lodo, bajar por el filo de los barrancos…
Venezolano y colombiano: Unos filos que tiene que usted agarrarse. Y un espacio así, pequeñito, que si usted llega y se resbala, ¡pum!
Eliezer: Cerca del área de Salud donde estaba Dylan, un hombre de Colombia —el que acaban de escuchar—, conversaba con un venezolano sobre lo que habían visto en la selva. Los dos habían llegado el día anterior, y parecían sorprendidos de lo duro que había sido el camino y de haber visto a tantos niños.
Venezolano: ¿Usted no vio a la señora que se le desprendió la cadera que regaló a los niños? Una señora se le desprendió acá, dios salve, la cadera, y regaló los dos niños…
Colombiano: Sí…
Venezolano: Venía una familia y les dijo que los salvaran, que le salvaran a los niños. Y se los regaló con sus papeles. Llegan a inmigración y explican el caso. Y yo se los regalo. O sea, antes que se me vayan a morir mis niños aquí, sálvenlos ustedes. Y la familia se los trajo.
Susana: ¿Y a ella qué le pasó?
Venezolano: Se le desprendió la cadera.
Susana: ¿No podía caminar?
Venezolano: No, nada. Se cayó de un barranco, dios salve, esos barrancos…
Silvia: Algunas de las historias que las personas le contaron a Eliezer en Lajas Blancas son tan dramáticas que, si uno las pusiera en el guión de una película de ficción sobre migrantes, serían rechazadas por inverosímiles. Un editor responsable te diría que no exageres, que no hace falta.
Eliezer: El tema es que, justamente, son situaciones imposibles de imaginar. La historia de la mujer que dio a sus hijos en la selva porque no podía seguir había dejado una huella en varias personas en la estación esos días. Una enfermera del equipo materno infantil, Denis, también me habló sobre ese caso. Esta es Denis:
Denis: El día de ayer, con estos niños no acompañados, su mamá sufrió una fractura de fémur y estaba ella y la abuela y la abuela de los niños no quiso avanzar por no dejar a su hija allá.
Eliezer: Denis me dijo algo que iba a escuchar con frecuencia esos días: que en las últimas semanas habían llegado muchos menores no acompañados. Y que cada vez se veían más familias. Y mujeres con niños. Y embarazadas.
Denis: En definitivo, hay más familias. Hemos visto también que solamente viene la mamá y cuatro niños y no viene, no viene ni un papá ni nada. Y hemos visto muchas cosas, hemos visto embarazadas de muchísimo riesgo que pasan por la selva y que… cómo han pasado, cómo han pasado toda esta trayectoria, las lomas, bajarlas, los precipicios, los ríos y ahora más en temporada de lluvias, como han pasado todo esto y cómo han llegado… vivas.
Eliezer: Solo de 2022 a 2023, de acuerdo con un informe de la ONU publicado este año, la cantidad de mujeres y niñas en esta ruta registró un aumento del 170%. Y para mayo de 2024, cuando viajé a Panamá, Unicef reportaba que la migración de niños, niñas y adolescentes a través del Darién ya había crecido un 40% respecto del mismo período del año pasado.
Silvia: Entre las personas que cruzan el Darién —y en ese momento cruzaban en promedio unas mil personas por día—, hay niveles de desamparo que escapan a la comprensión de la mayoría de nosotros. Pero hay algo que es bastante fácil de entender en algunos casos: si hubieran tenido alguna opción, no estarían ahí.
Yelfre: Si nosotros fuéramos sabido desde un principio que eso iba a ser así, no pasamos…
Eliezer: El chico que están escuchando se llama Yelfre Peña, tiene 23 años y estaba sentado afuera de una de las casitas de madera junto con su pareja, una chica de 22 años embarazada de ocho meses. Habían llegado a la estación de Lajas Blancas hacía casi una semana.
Yelfre: Y en la selva duramos seis días completos, seis días.
Eliezer: Seis días. ¿Cuántos eran?
Yelfre: Cuatro… Cuatro niños y cuatro adultos.
Eliezer: Ahh… wow.
Yelfre: Sí, por eso duramos bastante. Y ella que está embarazada.
Eliezer: ¿Y cómo hicieron?
Yelfre: Poco a poco, amigo. Como pudimos. Pasamos poco a poco, sin afán…
Eliezer: Los Peña eran una familia de ocho personas del interior de Venezuela, del estado de Falcón. El más grande de los niños tenía siete años; la más pequeña tenía dos. A pesar de que se demoraron más tiempo que otros cruzando la selva, estuvieron a punto de sufrir una tragedia.
Yelfre: Uno de los niños se nos fue, se nos fue en el río, y mi papá como pudo se le pegó atrás y lo alcanzó pues, gracias a Dios…Pero ya se nos había ido uno, verdad, porque es que yo llevaba uno aquí, otro aquí y él llevaba otro aquí y el otro aquí y más yo llevaba la mujer mía y mi mamá iba sola, pero como el río estaba tan fuerte, se le soltó a él…
Eliezer: Les pregunté cómo habían tomado la decisión de emigrar de esa manera, de cruzar el Darién así, todos juntos, con los niños.
Yelfre: Nosotros vendimos todo para venirnos para acá. Porque es que en verdad ya no se podía. Allá no se podía ya vivir. Todo era caro. La gente. Usted escucha a la gente hablar… Los que están allá y todos se quieren venir. Pero hay algunos que no quieren vender su casa porque se las dejaron de herencia o algo. Pero nosotros no pudimos y tuvimos que salirnos porque ya durábamos hasta dos días sin comer. Porque todo es en dólares…
Eliezer: Pasar dos días sin comer con tu familia es un argumento que no necesita demasiadas explicaciones. Yelfre me contó que estuvieron cerca de un año juntando dinero para poder cruzar el Darién; que su papá vendió su moto y remataron la casa en la que vivían.
Yelfre: Imagínese, nosotros vendimos la casa de nosotros en 400 dólares. Una casa con cinco cuartos, dos baños y un patio inmenso… 400 dólares. Y esa casa no vale eso.
Eliezer: El paquete más económico para cruzar el Darién les costaba, en mayo de este año, 350 dólares por adulto. Así es como le dicen, “paquete”, un eufemismo de la industria del turismo adaptado a la industria del tráfico de personas.
Yelfre: Imagínate, mi casa vale un paquete prácticamente. Porque vale 350. Eso valió mi casa. Imagínese usted una casa que nosotros hemos vivido toda la vida ahí. ¿No es triste eso?
Eliezer: De su vida anterior solo les quedaba la ropa que tenían puesta, dos latas de atún, y una promesa de futuro.
Silvia: La ruta que hicieron los Peña para cruzar el Darién es la más utilizada por los venezolanos y los haitianos desde hace un par de años. Va desde el municipio de Acandí, en Colombia, a la comunidad de Bajo Chiquito. Son casi 60 kilómetros a través de la selva que la gente tarda entre dos y seis días en recorrer.
Eliezer: Es una ruta más “económica” porque es más peligrosa. No solo por la geografía, sino porque cuando llegan al lado panameño entran en terreno liberado, y pueden ser atacados por una de las bandas armadas a las que se atribuyen robos, violaciones y asesinatos.
Silvia: Del lado colombiano, las rutas de entrada al Darién son reguladas por el Clan del Golfo, el grupo criminal más poderoso de Colombia, que gana decenas de millones de dólares con el tráfico de personas. El “paquete” que pagan los migrantes suele incluir una lancha para cruzar el golfo de Urabá y también el servicio de “guías”, otro eufemismo. Así le dicen a los hombres que organizan las salidas de los grupos en campamentos y los orientan por el camino hasta que llegan a “Las Banderas”, el sitio donde está marcada la frontera entre Colombia y Panamá dentro de la selva.
Eliezer: Dicen que a partir de ahí empieza lo peor. Pero llegar hasta ese sitio ya supone haber vencido una barrera enorme, que es la del dinero.
Joel: Usted se imagina cuando ese poco gente de allá para acá que viene, que no trae plata, ¿cómo hace pa pasar pa acá? Hay gente que le toca pedir. En Colombia hay mucha gente que le toca pedir.
Silvia: Este es Joel, ya escuchamos su voz al principio. Un chico de 16 años que estaba conversando con otros adolescentes en la zona de casitas de madera de la estación.
Eliezer: Como contamos antes, Joel primero se había ido caminando desde Perú hasta Colombia con el objetivo de cruzar el Darién. Cuando consiguió llegar a Turbo, uno de los municipios donde salen las lanchas, estaba en una situación extrema.
Joel: Bueno, en Turbo duré tres como tres meses ahí metido, viviendo en la calle, prácticamente en la calle, así como un loco.
Eliezer: Los otros dos chicos que estaban a su lado, Carlos y Jesús David, también habían llegado al Darién sin dinero para pasar. Carlos llegó con sus padres y sus hermanas hasta Necoclí, otro pueblo colombiano de donde salen las lanchas hacia la selva, y se tuvieron que quedar esperando que les mandaran ayuda de Estados Unidos. Él se adelantó con una amiga que había hecho en Necoclí, pero pronto estuvo solo de nuevo, sin sus padres, sin su amiga y sin plata.
Carlos: Cuando nosotros llegamos al primer campamento, Acandí, la muchacha dijo que ya no podía seguir más conmigo. Porque que se le había terminado la plata que se le hacía muy complicado. Ella tenía una niña de siete años.Ella agarró su rumbo y se fue al segundo campamento, que es donde uno lo sueltan para llegar a la selva. Y ese mismo día en la noche, después que ella se fue, a las 11 de la noche, hicieron una barrida. Empezaron a quitarle los teléfonos a la gente de forma de pago para dejarlos pasar, 20 dólares, 30, los que tuvieran, ¿verdad? Pero ella a mí me había dejado sin plata. Y entonces nos pusieron a recoger la basura, ordenar las sillas y todas esas cosas y nos sacaron. Nos pusieron el brazalete y nos llevaron a todos gratis para el segundo campamento.
Eliezer: Ya había pasado más de un mes de eso y sus padres todavía no llegaban. Se suponía que iban a llegar ese mismo día, pero hacía dos días que no bajaban piraguas con gente a Lajas Blancas.
Jesús David, que estaba sentado a su lado, había pasado por una situación similar cuando llegó al Darién, pero él no esperaba a nadie. Su historia anterior a Lajas Blancas era, más bien, una serie de desarraigos que habían empezado hacía una década, cuando se fue solo de Maracaibo, en Venezuela, a vivir a Colombia. Tenía 14 años.
Jesús David: Mi papá me dijo que me iba a ayudar, que estaba él en Barranquilla. Pero mentira, me tiró al abandono. Y ahí agarré la calle y como mi hermana estaba en Bogotá, mi hermana me llamó y me dijo que me fuera para allá.
Eliezer: Por lo que se podía deducir de su relato, había tenido problemas con drogas o algo más pesado en la calle, su hermana lo ayudó para que saliera, y él se comprometió a mejorar por su sobrino. Pero hacía poco su hermana había mandado a su sobrino a Venezuela y le propuso que se fueran a Estados Unidos.
Jesús David: Y ella mismo me dijo: ‘No, vámonos a un nuevo futuro pa que le ayudemos a mi mamá, le ayudemos a nuestra mamá allá en Venezuela, le ayudemos a mis sobrinos´. Ya, bueno, dale mamá, yo te ayudo, yo te apoyo.
Eliezer: Jesús David contó que, cuando llegaron a Acandí, su hermana lo dejó con 25 dólares en el bolsillo y siguió adelante. Le pregunté cómo había hecho a partir de ahí, solo, sin dinero, a la entrada del Darién. Los primeros seis días no supo qué hacer. Trató de no gastar lo que tenía.
Jesús David: Me gasté, los seis días me gasté cinco dólares para medio comer ahí.
Eliezer: Después, al sexto día, tuvo una oportunidad, como le pasó a Carlos.
Jesús David: Como a las 3 de la tarde escucho que estaban haciendo barrida: 30, 40, 25. Y yo no tengo, decía, yo no tengo. ¿Y cómo voy a salir de aquí? Y al rato me llamó una señora. Venga acá, mijo, que yo a usted lo veo ya hace cinco días, ya con hoy seis días aquí que casi no come. No lo veo nada. No tomando agua. Venga, mijo, explíqueme qué le pasó. No, madre, me pasó esto y esto, le dije yo. Le conté todo cómo pasó mi historia con mi hermana y eso. Ah, bueno, mire, mijo, hable con el muchacho así para que lo ayude, para que lo pueda colaborar. Y le dije al muchacho, muchacho, mirá que tengo un problema, esto y esto. Me dijo el muchacho, ¿cuánto tiene? Y yo 20 nomás. Ah, bueno, venga. Me quitó los 20 y me puso el ticket.
Eliezer: El “muchacho” era parte de los grupos que cobran, organizan y mueven a los migrantes hacia las rutas dentro de la selva. No solo hablan de “guías” o “paquetes”, sino que también utilizan un sistema de brazaletes.
Jesús David consiguió cruzar el Darién, pero no tenía muy claro cómo iba a seguir a partir de ahí. Le pregunté si no había intentado comunicarse de nuevo con su hermana, y me contó que diez días después de salir de la selva tuvo noticias de ella. Le dijeron que estaba preguntando por él, entonces la llamó.
Jesús David: Y le dije que estaba enfermo porque me había caído enfermo y lo único que me dijo que me resolviera yo, que me resolviera yo, porque ese no era el problema de ella, que era mi problema. Y yo lo único que le dije a mi hermana Bueno, dile a mi mamá que estoy bien y que la quiero no más, que yo cuando yo esté allá yo busco la manera de llamarla…
Silvia: A pocos metros de ahí, donde Eliezer estaba hablando con estos chicos, funcionaba uno de los servicios esenciales que ofrece la Cruz Roja en Lajas Blancas. El equipo de RCF, Restablecimiento de Contacto Familiar, se encarga de generar las condiciones para que la gente pueda llamar a sus seres queridos cuando llega a la estación. Tenían un sistema bien organizado, con equipos de teléfono y un servicio de wi-fi que los migrantes podían usar por turnos. Pero Jesús David no había acudido a ellos para llamar a su mamá.
Eliezer: Aunque en el Darién le habían robado todos sus papeles, incluido el papel donde tenía anotado el teléfono de su madre, no parecía imposible conseguir el número de nuevo. Pero había un problema más, que Jesús David no había dicho, y necesitaba que alguien lo escuchara. Eso es parte de lo que vamos a contarles después de la pausa.
Silvia: Ya volvemos.
Silvia: Estamos de vuelta en El hilo.
Audio sonido ambiente: motores y preparativos, y conversaciones de fondo.
Eliezer: Son casi las 6 de la mañana del miércoles 29 de mayo, y estamos en La Peñita, un pequeño embarcadero en las afueras de la ciudad de Metetí. Desde acá vamos a tomar una piragua hasta Bajo Chiquito, el primer centro poblado al que llegan los migrantes después de cruzar el Darién.
Audio, ambiente: ruido de motores.
Eliezer: Después de una hora de navegar río arriba, empezamos a cruzar piraguas llenas de personas en sentido contrario. Vimos una, tres, diez, veinte, cuarenta y cinco, sesenta… Cuando llegamos a Bajo Chiquito, ya había perdido la cuenta de la cantidad de piraguas que pasamos.
Eliezer: ¿96?
Ana Triculescu: Noventa y seis a un promedio de dieciocho personas por piragua.
Eliezer: Según la cuenta de Ana Triculescu, gerente de proyectos para Panamá de la Cruz Roja, en ese trayecto de tres horas habíamos cruzado en total unos 1.700 migrantes que iban a Lajas Blancas. Más tarde, agentes fronterizos nos confirman que el número es bastante preciso: esa mañana se fueron en las piraguas unas 1.700 personas que habían llegado aquí en los últimos dos días.
Silvia: Bajo chiquito es una comunidad indígena de menos de 500 habitantes y poco más de 100 casas, que hasta hace algunos años vivía principalmente de la agricultura, no tenía agua potable y ocupaba uno de los primeros puestos de pobreza en Panamá. El crecimiento explosivo del flujo de migrantes que ha vivido la región del Darién transformó el poblado abruptamente, y de varias maneras. Basta con pensar en un dato: en los momentos pico del año pasado, llegaron a pasar por ahí más de 2.000 personas al día. Cuatro veces la población. En un solo día.
Ana: Los flujos migratorios no se mueven en una burbuja. Entonces, en el paso siempre va a haber comunidades que reciben algún tipo de impacto y a esas comunidades también a veces se generan vulnerabilidades nuevas y a nosotros nos toca responder porque respondemos a necesidades humanitarias…
Eliezer: Mientras caminamos por Bajo Chiquito, Ana me explica un poco el trabajo que hace la Cruz Roja en este lugar, donde, por ejemplo, han desarrollado un sistema de potabilización de agua para abastecer tanto a los migrantes como a la comunidad. El enfoque es claro: ellos atienden las necesidades básicas de las personas, y eso no depende del lugar al que pertenezcan.
Ana: Y las necesidades humanitarias no reconocen perfiles poblacionales… Tiene que ver con estados de vulnerabilidad, situaciones de vulnerabilidad, acceso o no acceso a derechos, necesidades básicas…
Silvia: Por eso, el equipo de atención materno infantil que funciona en Bajo Chiquito, donde no hay luz eléctrica más allá de la que generan con paneles solares o plantas, atiende tanto a las personas que salen de la selva como a la comunidad local.
Larissa Euson: Mi nombre es Larissa Euson. Soy el médico de parte de Cruz Roja del equipo materno infantil. Tengo 28 años y tengo hoy 15 días de estar acá en Bajo Chiquito, apoyando el equipo de acá de materno.
Eliezer: Mientras la doctora y los enfermeros organizaban las medicinas y el material de curaciones para la próxima ola de migrantes, le pregunté a Larissa cómo era su trabajo. Su nuevo trabajo. Me contó que antes de llegar a Bajo Chiquito estaba en uno de los hospitales privados más reconocidos de la región, en Ciudad de Panamá. Ahora, desde hacía dos semanas, atendía a mujeres embarazadas desnutridas, niños deshidratados, abortos espontáneos, gente intoxicada por agua de río…
Larissa: Las principales patologías es deshidratación de moderada a severa, gastroenteritis tanto madres como niños por el tema de que no tienen agua. Muchos los despojan de todas las cosas que traen en el camino y tienen que beber agua de los ríos. Pero lamentablemente por el impacto de la contaminación que se ha estado dando, por la cantidad de personas que pasan por el área de la selva, ya todos estos ríos no son para poder beber agua.
Eliezer: Cuando llegan los migrantes, las enfermeras se encargan de lavar, limpiar y curar cortes y heridas que no sean tan profundas. Para los pacientes que necesitan atención médica, tratan de identificar los casos más urgentes, porque el consultorio suele estar lleno. Un adulto puede aguantar uno o dos días de vómitos y diarrea, me explica la doctora.
Larissa: Pero los niños de por sí que vienen ya en un estado de desnutrición de los países de donde están saliendo. Al llegar acá con un solo día de vómito y diarrea, muchos llegan hasta en estado de shock hipovolémico.
Silvia: El shock hipovolémico es un cuadro de emergencia que se produce cuando al cuerpo le falta tanta sangre u otros líquidos que el corazón no alcanza a bombear suficiente sangre al organismo.
Eliezer: El operativo de asistir a una población de cientos y a veces hasta miles de personas que salen por día de la selva suena un poco como un operativo de guerra, porque se trata de responder a una emergencia constante. Pero esa urgencia contrasta con otra transformación que ha vivido Bajo Chiquito: las calles de la comunidad están salpicadas de carteles que ofrecen cargas de teléfono por un dólar o una hora de wi-fi por dos, tienditas o casas que cobran por llamadas, por papel, por un baño con ducha, cinco dólares la noche por poner la carpa en el patio o por usar una hamaca.
Silvia: El flujo masivo de migrantes no solo ha sido muy rentable para los grupos criminales, sino también para las economías locales por donde pasan. Un experto en migración con el que hablamos para este episodio calculaba que solo en agosto del 2023, que cruzaron por el Darién 82.000 personas, la comunidad de Bajo Chiquito había generado cerca de dos millones de dólares, únicamente con el pago de los traslados en piragua hasta Lajas Blancas. En un solo mes.
Eliezer: Y, por supuesto, la migración masiva también ha sido rentable para políticos del continente, que han explotado con éxito el problema —y los miedos y prejuicios de sus votantes— para ganar popularidad. Ese fue, de hecho, el eje de la campaña con la que José Raúl Mulino ganó la Presidencia de Panamá.
José Mulino: Y vamos a cerrar Darién, y vamos a repatriar a todas estas personas como corresponde, respetando los derechos humanos… La frontera de Estados Unidos, en vez de Texas, se corrió a Panamá. O sea, tenemos que hacer un trabajo trilateral. Y tienen que entender que Panamá no es un país de tránsito de migrantes.
Silvia: Eso decía Mulino como candidato, en abril de este año, un mes antes de ganar las elecciones.
Eliezer: Cuando fui al Darién a finales de mayo, flotaba una inquietud sobre lo que iba a hacer cuando asumiera. Las únicas personas que parecían actuar de acuerdo con la gravedad de la situación —es decir, como si estuvieran frente a un conjunto de seres humanos en condiciones extremas—, eran las trabajadoras y voluntarios que hacían tareas humanitarias. Varias de ellas, como la doctora de Bajo Chiquito o la coordinadora en terreno del programa de Migración de la Cruz Roja panameña, Abril Staples, tenían menos de 30 años. Esto me dijo Abril cuando le pregunté, esa tarde, qué cosa le gustaría que la gente entendiera sobre la migración:
Abril Staples: Creo que de todos debemos de comprender que migrar es un derecho, empezando por allí, y que las personas toman la decisión de migrar no por por gusto o por porque quiero, sino por algunas otras situaciones que pasan dentro de su vida que les hace tomar estas decisiones.
Silvia: Keytlin Miranda, la trabajadora social que acompañó a Eliezer desde el primer día que fue a Lajas Blancas, y a quien escuchamos antes en este episodio, tenía 23 años recién cumplidos.
Eliezer: Cuando volvimos a la estación, dos días más tarde, Keytlin apretaba en la mano un papelito con un número. Era el teléfono de la mamá de Jesús David, el chico que me contó que su hermana lo había dejado en el camino; que se había quedado solo, sin dinero, y le habían robado los papeles en la selva. Después de esa entrevista, Keytlin y un psicólogo se acercaron a hablar con él, porque era evidente que estaba mal. Los problemas salieron a flote enseguida.
Keytlin: Muy a priori te puedo comentar depresión, adicciones a diferentes tipos de drogas y el intento de suicidio tanto en la ETRM como en su vida anterior. Igual en medio de su recorrido.
Silvia: O sea: Jesús David había pensado en quitarse la vida no solo antes, y cuando cruzaba la selva, sino también ahora, mientras estaba en la Estación Migratoria.
Eliezer: Keytlin me contó que, al principio de la conversación, Jesús David les dijo que nadie le había pedido nunca que le hablara de sus problemas. Le ofrecieron que se hiciera un perfil en una red social para que pudiera contactar a su mamá, pero había una dificultad más: Jesús David no sabía escribir.
Keytlin: Tomamos la iniciativa de crearle la red social de Facebook y contactar a su mamá, tanto a su mamá como a un amigo, para saber con cuál se conseguía primero el número. Rastreamos en Facebook, pues bien, rastreado muchas formas de contactar a su mamá. Encontramos un Facebook de la mamá. Ese día yo le escribí directamente el mensaje con palabras textuales de como él quería que su mamá interpretara el mensaje para saber que era él.
Eliezer: Todo eso había pasado el primer día que hablé con él. Al otro día, mientras estábamos en Bajo Chiquito, habían recibido una respuesta.
Keytlin: La mamá escribió el día de ayer súper… Fue un mensaje muy tipo ¿dónde estás? quiero saber de ti, este es mi número. Llámame. Entonces la iniciativa del día de hoy es lograr ubicarlo y que él pueda contactarse con su mamá nuevamente.
Eliezer: Llegamos a Lajas Blancas, y Keytlin se fue a recorrer el campamento para ubicar a Jesús David. En ese ínterin, nos cruzamos de pronto con Carlos, el chico de 16 años que no veía a sus padres hacía más de un mes, el que tenía miedo de que se hubieran ahogado en una piragua. Su madre se había quebrado una pierna en la selva. Le pregunté si había tenido alguna noticia.
Carlos: ¿Sobre mi mamá?
Eliezer: Sí
Carlos: Ya llegó ayer.
Carlos: Con el pie malo. Pero ya llegó. Si quieren presentársela.
Eliezer: Sí, claro. Claro que sí.
Carlos: Y así ella también les cuenta un poquito de cómo fue…
Eliezer: La casita de madera donde conversaban los adolescentes el primer día, ahora tenía una apariencia mínima de hogar. Habían limpiado por dentro, había un trapo en la puerta, los zapatos estaban afuera. Adentro, con la pierna sobre un almohadón, estaba Neida Lira, la mamá de Carlos. La emoción se le salía por los ojos cuando contaba los momentos más críticos del camino, sobre todo antes del final, cuando casi se dan por vencidos.
Neida Lira: La comida se nos había acabado, porque ya yo tenía una semana, ya casi llegué y entonces yo le decía ya no tengo comida pa las niñas y me daba cosas porque mi esposo tenía dos días sin comer y él cargaba a la niña y se cayó dos veces y yo le decía tenemos que movilizarnos, irnos de aquí porque no tenemos comida. Quedaban, eran seis tortillas de pan de ese y de las tortillas y un atún y esa se la dábamos a las niñas. Pero bueno, es que entre todo, tomá viejo y le daban un pedacito de pan a mi esposo. ¡Toma! y venían y le daban… Como equipo pues que éramos, estábamos en grupo. Vamos a salir que aquí no hay comida, vamos a buscar manera, suba la montaña, vamos a seguir la montaña…
Uno ve que los otros salen y han echado la historia. Que no se venga, que eso es peligroso. Y uno lo que dice que no, pero si ellos pasaron, uno puede pasar, uno tiene que vivirlo, uno tiene que. Pero ahora que ya uno ha vivido esa realidad y que uno ya sabe, ya uno dice no, yo no pasaría a mi familia o le diría al otro No te vengas, pero eso no me va a hacer caso. Eso también va a querer andar, hacer lo mismo que yo hice. Pero es horrible.
Eliezer: Había alivio y dolor y orgullo en lo que contaba. Su hijo Carlos parecía más joven y más liviano. Andaba como flotando. Todavía le duraba la alegría de volver a tener una familia, pero tampoco se engañaba: sabía que le quedaba bastante por delante, y no solo de camino.
Carlos: Ellos dicen que uno cuenta las experiencias como para que uno las vaya sacando de la mente, pero yo digo que eso es algo que no se, no, no se puede sacar de la mente, eso siempre va a venir el recuerdo y siempre uno lo va a tener marcado para la vida, porque por más psicólogo y ayuda de de terapia y eso, eso no, no se olvida.
Silvia: La vida puede cambiar en un momento, de un día para otro, por una decisión o un gesto. Eso es un hecho, y es un lugar común que siempre usamos para hablar de la desgracia, de un accidente. Pero, para los migrantes que cruzan el Darién, la desgracia no es una posibilidad, sino un punto de partida. Lo inesperado es que las cosas salgan bien, pero se aferran a esa probabilidad contra todo, porque creen que la vida puede ser otra cosa. Y a veces les pasa.
Eliezer: En la zona de casitas de madera de Lajas Blancas, donde Carlos ahora tenía algo parecido a un hogar, también estaba todavía la familia Peña, los que habían cruzado todos juntos el Darién, cuatro niños y cuatro adultos, entre ellos una chica embarazada de ocho meses. Ahí encontramos a Yelfre Peña como la primera vez, un poco más contento y un poco más ansioso. Su pareja no estaba. Dos noches atrás había tenido a su hija en una clínica de Metetí.
Silvia: Yelfre le contó a Eliezer que el mismo día que conversaron, como a las 11 de la noche, su pareja empezó con dolores de parto y no se le pasaban. Él fue a hablar con los policías de la estación. Ellos buscaron una camioneta y los llevaron a la clínica.
Yelfre: Llegamos allá como a eso de casi las dos y cuando llegamos allá enseguida de una vez la metieron pa la vaina esa. Yo la subí a una vaina esa donde paren, ya tenía la bolsa afuera así. Y eso fue breve. Yo me salgo porque me sacaron como a los 20 minutos escucho a la niña gritando. Ya había nacido. Nació moradita, pero ya después se fue poniendo blanquita. Yo ahí nací y gracias a Dios salió bien.
Eliezer: La mamá de Yelfre nos contó que ella ya tenía cuatro nietos. Y ahora también tenía una panameñita, dijo.
Yelfre: Gracias a Dios y no nació allá adentro. Bueno, que eso era lo que nosotros queríamos que naciera donde sea, menos adentro en el Darién.
Mamá de Yelfre: Ella decía: yo me conformo con que mi bebé nazca en Panamá, decía. Y dicho y hecho: Dios le concedió su deseo.
Silvia: El que todavía no había conseguido su objetivo, que era llevar a su perrita Molly a Costa Rica para dejarla con su mamá, era Dylan. Cuando Eliezer volvió a Lajas Blancas, todavía estaba ahí.
Eliezer: Lo encontramos cerca de los tanques de agua. Estaba sentado con un amigo, con Molly echada a sus pies, pensando cómo podía hacer para seguir camino.
Dylan: Pues yo tampoco sabía, pero también me le están cobrando el pasaje a ella y son los mismos 60 y yo no tengo más, no tengo a dónde sacar, no tengo. Mi mamá tampoco tiene plata.
Amigo de Dylan: le prestaría, pero también tengo los 60 cerrados.
Dylan: O sea, yo si o sea, tuviera la plata, ya estuviera haciendo la cola para poderme ir, porque pues la verdad no, ya no quiero estar más acá, quiero es que llegaron donde mi mamá que lo que quiero, mi mamá está en Costa Rica.
Eliezer: A diferencia de casi todos los demás, a Dylan le faltaba poco para llegar. Estaba cerca. Le pregunté si no había pensado en dejar a Molly con alguien, y después volver a buscarla.
Dylan: No, yo no haría eso tampoco. Ya no, no, no. O sea, de soltársela a otra persona no lo haría. Si va conmigo, va conmigo. Si no, nos quedamos los dos.
Silvia: Dylan no lo sabía entonces, pero ya había una red de personas y animales conspirando a su favor. Mientras él pensaba cómo conseguir plata, una persona de la Estación se había contactado con una protectora de animales de Panamá para contarles el caso, y ellos se comunicaron con Dylan. Le dijeron que podían mandarle 40 dólares para el pasaje de Molly. Dylan habló con los choferes de los buses, y uno aceptó llevarla por 40 si la perrita iba encima suyo y él ayudaba a limpiar. La perrita siempre iba encima suyo. Dos días después, Dylan estaba llegando con Molly a Costa Rica, a la casa de su mamá.
Eliezer: El otro que estaba cerca de conseguir lo que quería, y tampoco lo sabía, era Jesús David. Lo encontramos saliendo de la zona de casitas de madera. Keytlin se acercó y, sin decirle nada, le entregó el papelito con el número. Jesús David la miró, volvió a mirar el papel, y se puso a llorar.
Eliezer: Lo acompañamos al área de contactos familiares para que pudiera llamar a su mamá. Mientras esperábamos un turno, Jesús David acariciaba el papel, lo escondía en una mano, lo cubría. Me contó sobre la conversación que había tenido con Keytlin y con el psicólogo.
Jesús David: Y yo un poco como nadie conversaba con nadie de mi problema, quería que alguien me escuchara, pues, para desahogarme. Porque no aguantaba en verdad…
Eliezer: Ese día no pudieron comunicarse con su madre, pero lo consiguieron al segundo intento, un día después, cuando ya estábamos volviendo.
Silvia: José Mulino asumió la Presidencia de Panamá el primero de julio, con el mismo discurso que tuvo durante su campaña: prometió deportar a todas las personas que entraran al país de forma irregular a través del Darién. Ese día también firmó un acuerdo con Estados Unidos, que se comprometía a pagar los gastos de deportación de los migrantes que llegaran por la selva.
Eliezer: Pero antes de que cumpliera un mes como presidente, su discurso se había movido. Mantenía el mensaje de controlar la migración con un enfoque de seguridad, pero había un cambio de tono cuando hablaba de las personas que pasaban por el Darién.
José Raúl Mulino: Que merecen pues toda nuestra atención como seres humanos que son. No son delincuentes, son personas que están buscando un sueño americano, como dicen, y nos toca a nosotros velar por ellos hasta que terminemos de resolver este problema ojalá que prontito.
Silvia: Más allá de las dificultades políticas, diplomáticas y logísticas que supone la idea de repatriar por la fuerza a los migrantes, es difícil deportar a gente que no tiene adónde volver. Los que trabajan de cerca con personas que hacen una ruta como la del Darién, lo saben de sobra: todo lo que tienen es una apuesta hacia adelante.
Antes de despedirme de Keytlin, le pregunté qué era lo mejor de su trabajo, una tarea que no acaba nunca, y que implica mirar de frente, todo el tiempo, algunas de las partes más oscuras del mundo. Cosas que la mayoría de la gente prefiere evitar, o hacer como si no existieran.
Keytlin: Lo mejor de este trabajo son las palabras de agradecimiento. Creo que si en este momento si te las buscara y te las leyera, entenderías o podrían muchas personas más entender por qué las palabras de agradecimiento…
Keytlin: 3 de mayo. Venezolana. Menor de 16 años. Me violaron y solo pensaba en que mi abuela me abrazara y me dijera palabras lindas. Su abrazo se siente como lo mejor del mundo. Ahora las palabras de ustedes son mi cálido abrazo. Esa fue una intervención tanto de psicología como de trabajo social.
Keytlin: 3 de mayo, 18 años, Colombiana. Todos querían escuchar lo que vi en la selva. Yo solo quería que escucharan cómo me siento. Gracias por escucharme.
Keytlin: 27 de marzo. Masculino de nacionalidad venezolana en edad de 40 a 49 años LGBT. Primera intervención. Mi pareja me dejó en medio de la selva, donde hay unas cruces. Me tocaron. No sé por qué me dejó. No sé dónde está. ¿Qué le hice para que me tratara así? Yo solo quiero regresarme a mi país. Última intervención que hubo con la persona. Ay, niña, usted se ve tan pequeña y me ayudó tanto. Gracias por la ayuda del psicólogo. Él me ayudó también para no tomar nada y hacerme daño al sentirme sucio. Gracias a ustedes ya no quiero suicidarme.
Keytlin: 22 de abril. Femenina venezolana de 18 a 29 años. Llegué aquí con seis meses de embarazo. Tú me ayudaste. Cruz Roja me ayudó para que vieran a mi bebé. La doctora vio a mi bebé. Él está sano. Escuché los latidos de su corazón. Finalmente, hoy me voy mejor gracias a ustedes.
Eliezer: Este episodio fue reportado y producido por mí, con el apoyo de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja y la Unión Europea. Lo editó Silvia Viñas. Bruno Scelza hizo la verificación de datos. El diseño de sonido y la música son de Elías González.
El resto del equipo de El hilo incluye a Daniela Cruzat, Mariana Zúñiga, Nausícaa Palomeque, Analía Llorente, Samantha Proaño, Desirée Yepez, Paola Alean, Juan David Naranjo Navarro, Elsa Liliana Ulloa y Natalia Ramírez. Daniel Alarcón es nuestro director editorial. Carolina Guerrero es la CEO de Radio Ambulante Studios. Nuestro tema musical lo compuso Pauchi Sasaki.
Queremos agradecer a Susana Arroyo Barrantes por su ayuda indispensable para producir este episodio.
El hilo es un podcast de Radio Ambulante Studios. Si valoras el periodismo independiente y riguroso, te pedimos que te unas a nuestras membresías. América Latina es una región compleja y nuestro periodismo necesita de oyentes como tú. Visita elhilo.audio/donar y ayúdanos con una donación.
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